
Amamos muy raro los humanos. Una pareja, unos amigos, madre e hijos, cliente terapeuta…estar en relación cualquiera que sea, puede estar siendo el escenario perfecto donde proyectar todo nuestro inconsciente.
La distancia y frío que se puede llegar a sentir hasta en los huesos. Esa distancia que era impensable hace unos minutos porque todo eran risas y te amo. Cómo puede ser que la misma persona que te trata con cariño, que al momento siguiente te reclama besos y atención, la misma que te trae el té a la mesa, cómo puede ser que sea la misma que te culpe, que se carga de razones para enfadarse, alejarse (victimizarse) (relación especial)
La misma persona que hace unas horas planeaba contigo salir a dar un paseo, esa misma se engancha en la ceguera de no recapacitar no mirarse, se enfoca en culparte de un algo que al parecer es más importante y pesa más que el amor para finalmente (separación) marcharse sola a dar ese paseo.
Una tarde perdida o días perdidos, años incluso o toda una vida. Donde podría haber paz y sonrisa se encuentra una cara enfadada y mustia.
Cuánta pérdida de energía, cuánto amor sin disfrutar, cuánta pena y drama, cuánto egocentrismo, cuánto infierno donde podría estar el cielo, donde un simple “voy a ver, voy a mirarme, a ver si resulta ser que lo que estoy interpretando no va a ser así”. “Un voy a ver qué le ocurre al otro al que estoy señalando. Voy a ver que puedo poner de mi parte si es que mi objetivo es estar en paz y bien”.
Algo tan sencillo de decir y por lo visto tan difícil de hacer. ¿Por qué? ¿Qué quiero más, el amor o el miedo, el bienestar, la inocencia, la ligereza o la rabia, la culpa, victimizarme…?
No somos conscientes del ataque que vive el cuerpo con esos enfados. No somos conscientes de cuánto dolor corporal, cuánto malestar emocional, cuánta muerte, cuánta apatía y debilidad transcurren después de estos momentos egoicos, momentos de quiero estar mal por encima de un quiero felicidad. Momentos de rechazar la responsabilidad que tenemos en nuestra relación propia con esa yo mente, ese yo que nos ciega de culpa.
Ese frío del orgullo, esa frialdad que busca castigar, esa distancia que no quiere más que huir de la responsabilidad. Menudas estrategias para ser cuidado o amado. Estrategias de un “!oye¡ compréndeme, sé amable conmigo, !amame¡ !escúchame¡ Escucha como te culpo y dame tú la solución. !Cambia! Haz algo diferente para que yo no sienta esto que siento”.
Cuánto miedo del miedo a las sombras, cuánto apego a las “razones”, a un montón de ideas, a conclusiones y premisas falsas. Cuánta distancia hay en la soberbia, cuánta huida hacia delante que no es más que un estancarse.
Que raro amamos los humanos, no me dirás que no estamos un poco locos. Hemos normalizado el pasar del estado emocional de “te detesto” a uno de “te amo”.
Hemos normalizado el sufrimiento, el odio, el miedo, la irresponsabilidad, el victimismo, las manipulaciones…Hemos normalizado lo que justo no es vida. Hemos fabricado un modo de operar, de razonar que no es sano.
¿Identificas en ti y en otros esto?
¿Cómo salir de ello? Ser consciente de cómo nos sentimos, de qué pensamos, qué interpretamos…ser consciente de qué tenemos que ver con lo que ocurre con lo que siento…voluntad, responsabilidad, determinación, referencias de lo que es paz a la falsa paz… discernimiento, implicación en el proceso de depuración/orden mental y por supuesto el propósito firme de ser feliz y estar en paz.
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