Cuando decidimos que ya no podemos más con una situación o con nuestra vida, en un primer momento el movimiento es pedirle a otro, a un alguien, a la vida, a Dios… parece que estamos pidiendo varitas mágicas, algo rápido, algo milagroso. Quizás llenar la habitación de cuarzos o cantar mil mantras o llenar la mente de libros de autoayuda, asistir a mil terapias… millones de cosas, o hasta puede que nos enganchemos como un velcro a un coach milagroso que cobra la sesión a cientos de euros (tendrá que ser bueno entonces, piensa el ego). Pero la verdad es que después de probar de todo, cientos de terapias y hasta el psicoanálisis, nos repetimos una y otra vez: “no puedo con esto, con mi vida”.
Los ídolos, (incluimos ahí las drogas más naturales y químicas, así como los gurús el yoga o toda herramienta que se use desde la evasión) aparecen y desaparecen como una relación de amor odio.
Cuando decidimos que ya no podemos más, decidimos que no podemos más con el malestar, con el sentimiento que sea que sentimos repetidamente. Pero no nos cuestionamos si lo que no queremos más es el sistema de pensamiento que nos ha llevado hasta tal estado. Es decir, que lo que estamos deseando es aliviarnos el malestar, salir de ese estado emocional sin cuestionar que hay todo un proceso que tiene que ver directamente con uno mismo. Tocaría llegar a nuestro sistema actual de pensamiento, el del ego. Estos patrones inconscientes se queda en la carpeta de spam, pero están ahí, operando como códigos que se cuelan camuflados entre excusas y reafirmaciones del pasado, justificaciones, rencores, ocultaciones, miedos, culpa…
Desear que esas emociones, que el malestar se vaya sin antes haber revisado qué es lo que se encuentra bajo él, es como querer lavarse la cara por la mañana limpiándosela al espejo.
Las emociones son indicadores, no están para ser anuladas, están para ser sentidas y escuchar qué pensamientos hay en ellas. Los sentimientos no están para ser gestionados sino para tirar de ellos como un hilo de oro que nos lleva a un tesoro, a una puerta que nos lleva la liberación.
En el momento en el que estoy reaccionando frente a algo/alguien, es que he comenzado a interpretar, me estoy contando una historia que me genera unos sentimientos. No soy consciente de la historia que me estoy contando, o si la estoy escuchando la escucho para así poder culpar a otro o a mí mismo. Sea como sea me victimizo. Automáticamente quiero que el otro se ocupe de cómo me siento, que el otro haga algo para yo dejar de sentirme como me siento. Mientras tanto, estoy ocultando información útil para sanar, no estoy siendo consciente de que bajo todo lo que me cuento sobre el otro o sobre mí, hay un yo abanderando la palabra irresponsabilidad. Esto es proyectar, no sé qué está pasando por mi mente ni qué propósitos tengo ocultos, soy ignorante de mí mismo, lo único que quiero es que algo o alguien cambie porque yo no soporto tal incomodidad o angustia.
Para poder desgranar tales patrones que nos llevan a tal malestar y circunstancias dolorosas, hemos de poder ver un puntito por encima del punto en el que nos encontramos. Para ello hemos de ser muy humildes.
Todos tenemos nuestra mente superior, sabiduría interna, mente cabal, mente consciente…pero no tenemos acceso a ella mientras estamos defendiendo nuestras razones o mientras queramos ver ataque. Por ello tomar conciencia de esto es necesario;
Con nuestro modo de razonar e interpretar nos hemos llevado a experiencias de lo más desagradables. ¿Es hora de ceder? ¿Queremos dejar a un lado todas nuestras teorías, razonamientos y justificaciones y admitir que nos toca responsabilizarnos y aprender a guiarnos por una referencia interna que ve por encima de nuestra mente dual en la que somos víctima de algo/alguien y otro es culpable? Debemos confiar en una voz interna que está enfocada en soltar el victimismo y la culpa, está enfocada en poner en duda toda reflexión o interpretación con la que siente dolor. Esa voz escucha las historias pero las pone en duda. Todas esas historias de que no soy suficiente, no se me valora, no le importo, me abandona…todas las pone en duda, mira dentro y va descubriendo capas ocultas y propósitos ocultos.
Esa voz no culpa, no se justifica defendiéndose a través del pasado, no busca víctimas o verdugos, esa voz está enfocada en ver inocencia, peticiones de amor, perdón, oportunidad de autoindagación…
Y no confundamos «ver inocencia» con el tener que quedarnos recibiendo golpes en la cara.
Si no que toca investigar por qué, para qué. qué gano con esto…
Para comenzar a escuchar esa voz que no grita como grita la del victimismo y la culpa, hay que aceptar que somos los únicos responsables de cómo nos sentimos y de cómo vemos las cosas.
La mente distorsionada nos va a contar lo de siempre para perpetuar el problema y no ver soluciones con el objetivo de reforzar las ideas que tenemos sobre él otro y sobre nosotros mismos.
Hemos construido un personaje, unos roles, una identidad desde el sistema de pensamiento del ego, el cual, no quiere que ese personaje cambie. Son momentos en los que creemos que estamos perdiendo cuando nos cuestionamos: ¿Habrá algo en mi mente que no dejo de discutir con mi pareja, tendrá algo que ver conmigo?
Cuanta tensión sentimos cuando estamos en quitarle la razón al otro pero debajo sabemos que toca ya soltar.
El ego creé que va a perderlo todo, se va a resistir, pero recordemos, no se nos está quitando nada, se nos está liberando de un mecanismo que nos ha estado maltratando hasta ahora, con reacciones, miedo, mediocridad, violencia, queja, adicciones, dependencia, estrés…
A cambio de nada, la experiencia nos está indicando que aprendamos a vivir desde un nivel de autoobservación donde seamos capaces de discernir entre realidad y proyección, entre amor y miedo, entre victimismo y responsabilidad. Hay un único sistema de pensamiento que producirá paz verdadera la cual no depende de nada externo. Hay una única voz que produce amor, la otra siempre produce conflicto, miedo, distancia, incomprensión…
Dejemos de usar como un comodín de la llamada ese viaje de introspección y discernimiento que solo usamos ante el malestar. Tengamos pues la voluntad y determinación de estar presentes, atentos a ese rápido y automático juicio que cree saber cómo son las cosas.
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